Nacional - Martes, 21 de agosto de 2012
Con la seguridad que da la complicidad, los priístas se aprestan a consumar un proyecto antidemocrático con el que México engrosaría las filas de los países más subordinados a los grandes poderes trasnacionales. Por su actuación, quedó claro que el Instituto Federal Electoral (IFE) es un apéndice de la oligarquía imposibilitado para cumplir sus funciones de acuerdo con el mandato constitucional. Y una vez que el Tribunal Electoral dé su fallo definitivo se habrá consumado un nuevo golpe de Estado técnico, con el fin primordial de inmovilizar a la sociedad y desdibujar sus organizaciones políticas.
Ayer lunes dio comienzo la primera reunión plenaria de los senadores del tricolor, para aprobar nada menos que la agenda centrada en las iniciativas de Enrique Peña Nieto. En realidad, son las propuestas que interesan a los grandes centros de poder trasnacional, a saber, las reformas laboral, energética y hacendaria, según Emilio Gamboa Patrón, “con la finalidad de que los mexicanos tengan beneficios en su nivel y calidad de vida”. O sea que ya ni la burla perdonan los dirigentes del “nuevo” PRI.
Lo más preocupante es que no encuentren, los priístas y sus aliados naturales, contrapesos efectivos que pudieran frenar la canallada que se pretende consumar en contra de las clases mayoritarias. Ya dijo Gamboa que “percibe buena intención” de los coordinadores del PAN y del PRD “para sumar voluntades y alcanzar las mayorías que lleven a aprobar las leyes, que se habrán de traducir en gran beneficio para los mexicanos”. De los panistas es lo esperado, lo extraño sería lo contrario. Pero del PRD sería la confirmación de que la izquierda mexicana, una parte importante de ella, no existe como tal, sino como una fracción de oportunistas desclasados carentes de ideología.
Es muy obvio que las baterías del poder se orientarían a la seducción de esa fracción, mejor conocida como la de Los Chuchos, a fin de ampliarla y asegurar su colaboración. Si eso llegara a ocurrir, el país entraría en una nueva fase de lucha política caracterizada por más firmes embestidas del grupo en el poder en contra de las clases mayoritarias, a fin de doblegarlas y minimizar su capacidad de respuesta ante las medidas antidemocráticas que se pondrían en marcha en cuanto Peña Nieto llegara a Los Pinos.
Por eso es vital que las corrientes progresistas del país entiendan el papel que les toca desempeñar en los próximos meses, nada menos que de valladar de la fuerza avasallante de la oligarquía y de los poderes imperiales, los cuales quieren imponer de una vez sus objetivos de dominación política y social, para tener el control pleno de las riquezas del país y asegurar una mano de obra domesticada, indefensa, que no dé ningún tipo de problemas.
Si esto se pudiera concretar, las nuevas generaciones de mexicanos estarían condenadas a sobrevivir en un ambiente apocalíptico, bajo un Estado canalla que sería su enemigo natural. Esto se podría evitar en la medida que las corrientes de izquierda entiendan que no tendrán otra oportunidad de ofrecer una lucha en condiciones no tan desfavorables, como sería el caso si se dividieran y empezaran a proceder con miras de corto plazo, y un sentido vil y sin ética de la negociación política.
Tres décadas de neoliberalismo y de entrega de los bienes nacionales a intereses trasnacionales y oligárquicos, nos tienen al borde del abismo. No entenderlo es hacerle el juego a esos grupos, cuyo único propósito en la vida es sumar riquezas y poder, a costa de lo que sea. En nuestro caso, nada menos que del futuro de los mexicanos. El “nuevo” PRI llegaría a Los Pinos con la firme convicción de continuar el proyecto depredador de las camarillas surgidas hace treinta años con la puesta en marcha del llamado Consenso de Washington, aún vigente gracias a la alianza de los grandes centros de poder asentados en las principales súper potencias occidentales.
No hay que olvidar que el entonces presidente Lázaro Cárdenas pudo encabezar una ingente lucha en defensa del país, gracias a su liderazgo, pero sobre todo a que las clases mayoritarias y sus dirigentes comprendieron que no habría otra oportunidad para dar esa gran batalla. Es la misma coyuntura en que hoy nos encontramos, aunque las circunstancias sean muy distintas: la hay en estos momentos, gracias a la grandiosa movilización que logró el Movimiento Progresista durante el proceso electoral.
Está vigente, sin duda alguna, y sus participantes listos a actuar en defensa del país, sólo se necesita que la izquierda demuestre tener convicciones patrióticas y, sobre todo, miras de largo plazo para no ceder a las primeras presiones de la oligarquía. Pronto se verían recompensados sus esfuerzos con la suma de las masas despolitizadas que aún aprovecha el PRI con suma habilidad.