MÉXICO, D.F., 2 de febrero (apro).- Al señor Felipe Calderón le gustan los pleitos. No importa si los gana o los pierde, mucho menos si tiene razón. Tal parece que su vocación es subirse al ring cuantas veces sea necesario, aun cuando mienta explícitamente.
Calderón se pelea con la mitad de los mexicanos que no votaron con él; se pelea con los empresarios que “boicotearon” su ley fiscal; se pelea con los premios Nobel de Economía que critican sus medidas financieras; se pelea con sus propios colaboradores, a quienes un día sí y otro también los amenaza con despedirlos. En fin, siempre tiene un pleito en ciernes.
En medio de la tragedia de Ciudad Juárez, y de la ola de crímenes que azota a las ciudades fronterizas, Calderón prefiere pelearse con buena parte de los ciudadanos que optaron por un modelo de vida diferente al heterosexual y desean que sus derechos, incluyendo el matrimonio, sean reconocidos.
La última perla del señor Calderón resulta una demostración no sólo de ignorancia jurídica –él que es egresado de la Escuela Libre de Derecho–, sino de prejuicio que se mete al clóset para no revelar sus verdaderas motivaciones.
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