.

viernes, 29 de junio de 2012

Por López Obrador


Adolfo Sánchez Rebolledo
El domingo iré a votar por Andrés Manuel López Obrador por segunda ocasión. Así lo hice en 2006, convencido que México requería un cambio que sólo puede venir de una gran coalición popular, orientada hacia la izquierda. El primer sexenio de la alternancia (2000-2006) fue catastrófico y terminó en un franco retroceso antidemocrático (con el desafuero y la intervención presidencial en los comicios). Fox asumió como propio el catecismo neoliberal, las directivas del consenso de Washington, haciendo a un lado la reforma institucional del régimen político que se quedó atascado en una democracia mediática, hueca, gobernada por un arribista sin sentido de Estado.

Para enfrentar la continuidad, López Obrador construyó su propuesta a partir de un eje: Por el bien de todos, primero los pobres, claro reconocimiento de que hacía falta una política de Estado dirigida a reorientar el crecimiento y a saldar cuentas con la de-sigualdad, fuente número uno de las dificultades que lastran la convivencia nacional. Esa consigna alertó al clasismo larvado en la sociedad mexicana, indujo al miedo de los privilegiados lanzados sin pudor a la guerra sucia, cuyo beneficiario directo fue el actual presidente Calderón.

Si hace seis años fuimos testigos de la confabulación para impedir que la izquierda ganara la Presidencia, obsesión que no desapareció jamás del tablero político, al iniciarse el actual proceso electoral, en la opinión de expertos y voceros del régimen y medios que lo acompañan, López Obrador nada tenía que hacer. Pero lo cierto es que remontó mil y una adversidades, superó innumerables desventajas, corrigió errores y hoy disputa la Presidencia cuando sus adversarios lo daban por muerto antes de comenzar.

A esta reanimación concurre el movimiento (Morena), creado por López Obrador, cuya trascendencia rebasa las expectativas electorales, pues el solo hecho de que por primera vez las fuerzas progresistas sean capaces de cubrir con sus representantes todas las casillas es un mérito indiscutible, pues supone una implantación nacional susceptible de crecer en el futuro. Además, como expresión de la crisis que agobia a México, es un hecho que la base social de apoyo a Lopez Obrador se ha extendido hacia sectores antes cautivos del PRI o PAN como algunos grupos empresariales que buscan nuevas opciones ante la fracasada la receta liberal.

Si todo esto pudo ocurrir, la razón no está exclusivamente en el tema o tono de la campaña (donde las discusiones menudean), sino en una condición previa: el lopezobradorismo (o lo que en él ven reflejados sus simpatizantes) es una fuerza nacional que no depende de la manipulación de grupos de poder; tampoco de los partidos reciclados por los recursos del Estado como aparatos sin conexión vital con la gente. Esa fuerza es parte sustancial del pluralismo que no de-saparecerá por la voluntad de los grupos dominantes, aunque aún deba construir la gran coalición que permita refundar el Estado y trazar el proyecto nacional del futuro que abra el camino del siglo XXI.

El PRI, apoyado por la mayor campaña mediática, pretende hacer creer que en esta elección la disyuntiva está entre las personalidades de los candidatos, sin ir al fondo: para qué quieren ganar la Presidencia los partidarios de Peña Nieto, tan proclive al ordeno y mando del viejo presidencialismo. Me parece que lo fundamental en el debate público ha sido la coincidencia del PAN y PRI en la promoción de las llamadas reformas estructurales y la solitaria oposición de López Obrador a proseguir el camino que, con grandes sacrificios, se impuso como única alternativa. La eficacia postulada por Peña Nieto no es sino la vuelta al presidencialismo con manos libres en el Congreso para reformar la Constitución, una vuelta atrás en términos políticos, pero sobre todo un terrible paso en falso respecto de la difícil agenda nacional.

Al respecto, hemos visto circular críticas a las propuestas del candidato progresista, pero nadie puede negar que es el único que se propone un cambio verdadero, la transformación del país a partir de una visión que pone en el centro las grandes necesidades insatisfechas de la población, comenzando por los jóvenes y los más pobres. Y es el único, además, que no agota las finalidades del movimiento en la participación electoral. Una política distinta presupone, a estas alturas, reflexionar a fondo sobre el papel de México en el mundo interdependiente de hoy para forjar una postura acorde con los principios fundadores de la República. En pocas palabras: devolver al Estado la capacidad para actuar en un escenario cada vez más complejo que, lejos del recetario, exige una política propia para el crecimiento y el desarrollo sustentable.

Combatir la desesperanza y poner de nuevo al país en pie, luego de fracasos y miles y miles de muertos, no puede ser resultado de un acto burocrático, menos si persisten la corrupción y la impunidad. En esa perspectiva urge que la gente, los ciudadanos de carne y hueso, tomen en sus manos los asuntos que les conciernen, lo cual significa reivindicar la política, no negarla como predican algunas voces.

No estamos en condiciones de adelantar los resultados de las urnas, pero hay una lección esencial: la sociedad busca sus propios cauces de expresión más allá de los deseos de los grupos políticos que en buena medida vienen y son parte del pasado.

El estallido del @YoSoy132 resulta sintomático del cambio profundo que se está produciendo en la sociedad mexicana luego de décadas de hegemonía liberal y alternancia sin visión de futuro. Las disidencias tienden a fortalecer el polo democrático representado por aquellos que se oponen al monopolio del poder en todos los ámbitos, sobre todo en el que es hasta ahora el gran talón de Aquiles para la equidad democrática: el poder en manos de los medios (desplazada la escuela hasta el sótano) para crear el dominio sobre la sociedad. Es un movimiento al que le preocupa tanto la limpieza en las urnas, es decir, el reconocimiento de la decisión ciudadana, como la forma mediante la cual se crean las mayorías en un país cruzado por la desigualdad.

Votaré por Andrés Manuel a la Presidencia y por Graco en Morelos.

Fuente : La Jornada