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martes, 26 de febrero de 2013
La privatización del PRI
Javier Jiménez Espriú
Estamos en la víspera de la consumación de un acontecimiento de la más lamentable notoriedad: la privatización del PRI.
El PRI, reúne a sus consejeros, a quienes no pide consejo alguno, sino que los instruye para que voten, sin chistar, sin entrar en discusiones estériles, como las califica el secretario de Gobernación, lo que se les proponga, independientemente de lo que esto sea, para satisfacer de la manera más vergonzosa, más humillante, más sumisa, más ignominiosa, el mandato que los administradores del país reciben de sus dueños: los organismos internacionales.
Hay que privatizar lo que falta –los hidrocarburos, desde luego– y para esto, es necesario previamente modificar los documentos básicos del instituto político, que habían elaborado gentes que cuando menos guardaban algo de espíritu patriótico –algunos de los cuales irán a la cita y votarán y tal vez hasta aplaudirán emocionados para disfrazar el rubor y la vergüenza– y abolir en ellos, entre otros, los candados que lo obligan a defender en el rubro de la energía, lo que señalan el espíritu y la letra de la Constitución en lo referente a las áreas de exclusividad del Estado, áreas estratégicas, y abrirlas a lo que en su jerga moderna quieren bautizar como pluralismo económico, que no es otra cosa que la entrega de la renta petrolera, para privatizarla, aunque esto lo nieguen.
¡Ah!, y de pasada, para estar en condiciones de asestar a la población, y particularmente a la de menores recursos, un golpe letal, al promover el IVA en alimentos y medicinas y recuperar para las arcas nacionales y los gastos suntuarios de los poderosos, una parte de lo que pretenden entregar a los privados, de la renta de nuestros recursos no renovables.
Hay que cambiar los estatutos del PRI, privatizarlo, hacerlo el nuevo PRI, un PRI no bursatilizado, sino burlatirizado, para dar certeza jurídica a los dueños del poder real. Hay que adaptarlos a las instrucciones de la OCDE y a su consecuencia: el Pacto por México.
Se trata, en suma, de tirar a la basura los principios que estorban a los designios de la Seguridad Energética de Norteamérica. Una nueva traición al movimiento de 1910 y a las futuras generaciones de mexicanos. Una total capitulación a la soberanía nacional.
Una traición también a quienes –ahora sabrán que se equivocaron, que los engañaron– votaron por un PRI que suponían leal a unos principios y por él y por ellos votaron, y en el que ahora su cúpula, su consejo de administración, ya dueño del poder, quiere cambiar por otros radicalmente contrarios a la esencia de lo que promulgaban desde sus orígenes, para cumplir los compromisos de campaña, hechos sin firma de notario.
Los aplausos laudatorios de la OCDE; el entusiasmo del Banco Mundial y del Fondo Monetario Internacional; las declaraciones absurdas del secretario de Energía, de que la apertura energética incrementará dos puntos del PIB; la hambrienta ansiedad de los directivos de la Shell y sus conmovedoras y convincentes y declaraciones –mientras mayor sea la apertura, mayor nuestro interés– sólo reflejo de lo que opinan todas las grandes empresas petroleras que ya acechan, no hacen sino delinear lo que nos espera.
Pero ¿no habrá priístas que protesten, que disientan de los líderes?; no es pensable que todo esté podrido en Dinamarca, como reza el dicho tan ofensivo e injusto para los daneses, pero válido para quienes no se atreven a expresar su opinión. ¿Todos se agacharán? ¿No hay en el PRI, como lo hay entre los trabajadores de Petróleos Mexicanos y sus líderes sindicales, diferencias abismales y nacionalmente fundamentales, entre la mayoría de sus militantes y sus cúpulas?
A ellos, a los más, conociendo su institucionalidad, no los invito a pasarse a la oposición; sino a oponerse interna pero abiertamente, a lo que seguramente, en el fondo de sus conciencias, no están de acuerdo. No está en juego sólo la chamba del sexenio, sino la vida independiente, la seguridad energética y la soberanía de la nación. La incondicionalidad, absurda en la democracia, se convierte en complicidad.
Entre broma y veras, un amigo me decía que nuestro problema es la demostrada veracidad de la cuarta ley de Newton. ¿La cuarta?, le pregunté. ¿Cuál es su enunciado?
Me contestó con preocupante seriedad: Todo cuerpo que se arrastra tiende a subir.
Ese no puede ser ni el común denominador de los miembros del PRI ni el lema de su nuevo partido. Ojalá lo demuestren.
La Jornada