Por Sanjuana Martínez
Para entenderse con los jóvenes hace falta un espíritu libertario, tolerante y democrático, capaz de aceptar como estímulo, su rebeldía y carácter contestatario, cualidades que Felipe Calderón ha demostrado no poseer durante sus tres años de gobierno.
El Ejecutivo nunca se ha llevado bien con los jóvenes. Sus tics autoritarios no se lo permiten. Le traiciona su estructura rígida de carácter, su visión parcial de la realidad, su mesianismo y narcisismo.
Para Felipe Calderón los mexicanos son súbditos a sus órdenes, por eso no logra comprender el carácter contumaz de los jóvenes; su oposición, su descontento. Para él, las manifestaciones de jóvenes en su contra, son simples elementos perturbadores que proceden de sublevados y sediciosos muchachos.
Baste recordar aquellos dos jóvenes que le gritaron en un acto público: “Espurio” y que el Estado Mayor Presidencial se encargó de detenerlos y llevarlos frente al Ministerio Público para aplicarles un castigo por haber hecho uso de la libertad de expresión.
Y es que Calderón no soporta la crítica. Nunca ha sido respetuoso con el trabajo de los periodistas independientes que se dedican a analizar la realidad del país durante su mandato y a ofrecer los pormenores de sus errores. De hecho, su desprecio por la libertad de expresión se traduce en más de una veintena de compañeros asesinados y desaparecidos.
Lo que sorprende no es tanto su capacidad de entendimiento con los jóvenes, sino más bien su falta de visión de Estado que le exige gobernar para todos por igual. Su obligación es acercarse y hacer un esfuerzo por entender a la juventud a fin de escuchar sus necesidades y aplicar políticas gubernamentales en su beneficio.
La marginalidad en la que han caído miles de jóvenes desde que inició su gobierno, es producto de la desigualdad social que va en aumento y de la falta de políticas de Estado en torno a la educación, el empleo, el deporte y el ocio, dirigidas a la juventud.
Pero la máxima expresión de la torpeza de Calderón se ha dado en Ciudad Juárez, primeramente aventurándose a declarar públicamente algo que no le constaba e identificando como pandilleros a los 15 jóvenes asesinados por un comando mientras celebraban una fiesta. La disculpa de Calderón llega dos semanas tarde. Su visita a una de las ciudades más violentas del país, llega dos años y medio tarde; y su supuesto arrepentimiento aparece extemporáneamente.
¿Por qué Calderón no se disculpó al día siguiente de su desafortunada declaración sobre los supuestos pandilleros? Ése hubiera sido un gesto genuino y una muestra auténtica de arrepentimiento. Todo mundo comete errores, incluido él mismo. Queda demostrado que para un mandatario, la soberbia, la altanería y el orgullo, no son buenos consejeros.
Acudir entonces a Ciudad Juárez en plan avasallador, agrediendo a los jóvenes que se manifestaban contra Calderón, es nuevamente un error garrafal. El ambiente candente que se vive en esa ciudad permite a sus habitantes ofrecer la expresión máxima del hartazgo.
La realidad se impone: la tan cacareada guerra contra el narcotráfico no es más que un cúmulo de despropósitos que ha arrojado la cifra de 18 mil muertos en tres años, muchos de ellos inocentes cuyo único delito fue haber estado en el lugar equivocado a la hora equivocada.
Los analistas se han cansado de repetirle a Calderón la realidad que no quiere ver: el problema del narcotráfico no se soluciona sólo de manera policiaca, requiere de un planteamiento global de políticas sociales y humanas para contrarrestar sus efectos. Le han dicho hasta la saciedad que el Ejército debe volver a sus cuarteles porque no está preparado para atender tareas de seguridad, no ha sido debidamente entrenado para tratar con la población y no cometer terribles violaciones a los derechos humanos como las que está cometiendo la tropa, sus capitanes, coroneles y generales.
Es hora pues, de recapitular, de hacer un análisis de conciencia, de reflexionar y evaluar los fallos. Si a Calderón su carácter prepotente no le permite hacerse un acto de contrición, por lo menos que se rodee de un equipo capaz de contradecirlo y criticarlo para mejorar. Hasta ahora, parece no tener esa calidad de personas a su alrededor.
La indignación de la señora Luz María Dávila madre de dos muchachos asesinados a mansalva en Ciudad Juárez es comprensible. Luz María es una madre con coraje. Su dolor es el de todas las mujeres mexicanas, su rabia nos ha revelado una verdad:
¡Felipe Calderón no es el presidente de los jóvenes!