Los tres principales partidos políticos preparan un “gran acuerdo nacional por México”, en el que empleo, seguridad y justicia serían los ejes básicos. Desde luego, los acuerdos son indispensables para superar conflictos, pero deben partir de puntos de convergencia, que por ahora son inexistentes, no entre los partidos sino en la sociedad, muy dividida por una lucha de clases cada vez más violenta por las ambiciones de los sectores más privilegiados y favorecidos por una política económica deshumanizada y ajena a los intereses fundamentales del país.
En conferencia de prensa, Pedro Joaquín Coldwell, dirigente nacional del PRI, dijo: “La lectura que hacemos los priístas es que la sociedad quiere que nos pongamos de acuerdo en temas fundamentales”. Lo que en realidad quiere la sociedad es que los políticos dejen de actuar como individuos carentes de principios, de ética, de sentido de patria y de convicciones democráticas. ¿Qué acuerdo por México pueden concretar quienes no tienen una mínima disponibilidad de sacrificar unos pocos de sus privilegios? Para que fuera creíble, tal acuerdo tendría que partir de un elemental respeto a la sociedad, lo que no se mira por ningún lado.
Dice Manlio Fabio Beltrones: “Los mexicanos estamos cansados de tantas riñas y, sobre todo, de las riñas entre políticos; lo que queremos es que acuerden, que concilien, que lleguen a la concordia, que construyan y nos garanticen progreso”. Le asiste la razón, sin embargo no se vislumbran cambios que pongan fin a la inmadurez proverbial de los políticos mexicanos, con alguna que otra excepción. Tampoco existen condiciones para conciliar discrepancias históricas.
Es un hecho incuestionable que la clase política mexicana padece la enfermedad infantil de sentirse superior al resto de la sociedad. Tal actitud no es exclusiva de la derecha, pues también entre la izquierda se ha visto una proclividad a tomar actitudes de soberbia inexplicable. Se entiende que entre los priístas haya quienes hacen gala de tal comportamiento, luego de siete décadas de estar encaramados en posiciones de poder. Lo mismo podría decirse de los conservadores del PAN, cuya mentalidad aristocrática es natural en ellos. Pero no hay justificación alguna para que también políticos de izquierda se dejen llevar por la inercia de los privilegios y la impunidad.
No se observan condiciones para que los priístas de nuevo en el poder vayan a actuar con el ejemplo; no, desde luego, porque quien encabezará el gobierno federal a partir del próximo sábado, carece de sensibilidad social como lo delata su biografía. Es muy difícil que de la noche a la mañana la gente cambie radicalmente, así que más que acuerdos surgidos de la negociación y el entendimiento, lo que veremos en los próximos meses será la típica manera de proceder del político mexicano con fuerza para ejercerla según sus particulares conveniencias.
Los acuerdos entre la clase política son parte sustantiva de una democracia, pero los mexicanos estamos muy lejos de vivir en un verdadero sistema democrático. El pueblo sigue siendo un ente invisible que nadie toma en cuenta a la hora de tomar decisiones fundamentales para el Estado. Sus “representantes” se olvidan de cumplir su responsabilidad en cuanto pisan la Cámara de Diputados, y comienzan a verse a si mismos como miembros de una casta privilegiada que está muy por encima de sus “representados”, con alguna que otra excepción a la regla, como los casos paradigmáticos, la legislatura pasada, de Fernández Noroña y Jaime Cárdenas, entre algunos otros.
Para que los acuerdos entre diferentes fuerzas sociales y políticas funcionen, deben partir de una base mínima de igualdad y de respeto, cosa inexistente en nuestro país. En realidad, lo que está proponiendo el PRI al PAN y al PRD, es que acepten secundar sus iniciativas en el Congreso, ponerse de acuerdo en lo oscurito sobre los mecanismos para sacar adelante iniciativas que convengan a la derecha en el poder. De hecho, para los panistas no es ningún sacrificio apoyar a los priístas, sino un favor que se les presta y por el cual deben ser recíprocos. La traición proviene de la “izquierda”, porque facilita el trabajo sucio a los enemigos naturales de las clases populares.
Así lo entiende claramente Martí Batres, dirigente nacional del Movimiento Regeneración Nacional (Morena), al afirmar que “la ruta por la que avanza tal consenso (el acuerdo priísta), implica afectar a la población”. Tal afectación sería terrorífica si se empeñan en sacar adelante las famosas reformas estructurales, privatizar Pemex y resarcir la pérdida presupuestal con un aumento al IVA extendido a medicinas y alimentos. Así se estaría abriendo la puerta a una injusticia de muy graves repercusiones sociales, que la oligarquía justificaría diciendo que se trata de un acuerdo al que se sumó la “izquierda”. Por eso ésta es necesaria en un sistema político como el nuestro.